URBANISMO Y ARQUITECTURA POPULAR.
El perfil urbano y arquitectónico del Valle del Jerte ha experimentado muy pocas variaciones desde la Edad Moderna hasta el desmesurado desarrollo urbano de estos pueblos en los años “60”. Los cruceros que señalan los extremos de las villas y las fechas de construcción que figuran en los dinteles de las casas de las calles principales, muestran que en el segundo tercio del siglo XVII ya estaban sustancialmente configurados los núcleos que han llegado hasta la actualidad. La diferente ubicación de los núcleos esparcidos por las cumbres, laderas y hondonadas, va a determinar sus dos modelos fundamentales de estructura urbana: el trazado ribereño y el modelo serrano.
El primer modelo es el seguido por Tornavacas y Jerte, Cabezuela, no obstante, escapa a ese trazado como se verá. El tipo urbanístico ribereño es un ejemplo de pueblo-calle, fruto de la angostura del terreno, con una larga y única vía y con plazuelas abiertas en su tramo medio en torno a los principales edificios, es decir, la iglesia y el ayuntamiento. El caso de Cabezuela que presenta una curiosa forma triangular y un entramado urbanístico de varias vías principales cortadas por calles secundarias y callejas, es consecuencia de la formación del núcleo inicial. Esto es, la conformación urbana se fue adaptando a las irregularidades del cerro sobre el que se asentó «La Aldea», a medida que la población fue descendiendo hasta el río. En cuanto a la arquitectura hay que distinguir también dos modelos: la casa solariega y la casa popular. Respecto a las primeras, habría que situar en el periodo renacentista la emergencia de edificaciones señoriales, construidas con una voluntad artística que les dio aspecto de palacetes. Son casas con noble fachada de piedra labrada, dinteles con leyendas v escudos, que fueron habitadas por hidalgos y Funcionarios de la Inquisición. Entre ellas destacan los palacios episcopales de Tornavacas y Cabezuela, cuyos elementos arquitectónicos se distinguen por la riqueza de sus sillares, comisas, entradas y balcones. El de Cabezuela, por ejemplo está sostenido por dos singulares columnas de enorme y geométrica basa y zapata de piedra ornamentada.
La casa popular, en cambio, manifiesta una clara adaptación a su finalidad agropecuaria. En la planta baja están la bodega y la cuadra a las que se accede desde el patio de rollos o zaguán. De ahí arrancan las escaleras que se amplían en una especie de balcón interior (tablaíllo). Un pasillo largo recorre la entreplanta, donde se ubican los cuartos, alcobas y el correol, especie de salita. En la planta alta, la crujía central la ocupa la cocina, sin chimenea para que el humo se cuele por el sequero donde se secaban las castañas y se ahuman los embutidos. En la parte trasera hay un cuarto de desahogo de la cocina (cuyatrá), rematado en un tablao sobre el «corral». La parte delantera la ocupa la sala (estancia noble de la casa), desde donde se accede a dos alcobas. La planta alta, bajo el caballete del tejado, sirve de desahogo agrícola (zarzo, pajar y troje). Algunas viviendas disponen de una planta subterránea, bodegón o sotorriza. destinada también al almacenamiento de excedentes agrícolas.
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Tinaos y prados:
la excelencia de los prados vallejerteños es una de las circunstancias naturales que propician su abundante cabaña ganadera. Hoy en día, sin embargo, los prados son un espacio en regresión debido a roturaciones antiguas para el cultivo cerealista y roturaciones actuales para la introducción de nuevos cultivos. No obstante prolifera todavía la estampa de las almialeras (cercado de piedra) que cobija los cónicos almiares de heno con sus birortos (sistema entrecruzado de ramas para asegurar la cima) y sus péndolas (leños colgantes para evitar que el viento levante el heno). Persisten en los prados los tradicionales tinaos o casillas, que son la construcción pecuaria característica del praderío vallense. Estos cobertizos suelen ser de piedra y madera, cubierta a dos aguas, y doble alzado: la planta doblada sirve de pajar o henar (payo se le dice en Tomavacas, con vocablo de resonancia asturleonesa)- en la planta baja se instala el establo, con pesebre alineados sobre las paredes y un enrejado de palo (entelao) para sostener el heno que las vacas o caballos comen por entre las teleras.
Majás:
Edificaciones que constituyen la base de los asentamientos pastoriles. Localizadas en zonas serranas, constan de varias construcciones para la actividad ganadera, como los corrales, chiveros, zahurdas, etc., y de la vivienda para el cabrero. Los cabreros actuales siguen dando uso a estos majás.
Guangos:
Peculiares cobertizos de ramas y escobas que aprovechaban el declive del terreno, donde se amparaban los carboneros mientras controlaban por la noche la correcta combustión de las carboneras.
Caserías:
Espléndidas casonas levantadas en medio de la campiña donde vive la familia que cuida la heredad, bien como dueños o como «medieros» a sueldo (rancheros se les llama en Cabezuela). Guardan más afinidad con las viviendas urbanas que con las construcciones agropecuarias, tanto por sus materiales (buenas piedras mamposteras y de cantería en los puntos nobles de la fachada, aunque las hay de adobe) como por sus soportales o emparrados a modo de porche.
Ingenios hidráulicos:
Resulta de elevado interés etnográfico estudiar la diversidad de industrias artesanas movidas hidráulicamente desde tiempos medievales. No obstante, de los seculares batanes, molinos harineros, telares, serrarías, etc., hoy sólo quedan los edificios, algunos en ruina, de las antiguas aceñas y fábricas de luz.
Bancales:
los aterrazados con piedra como adecuación de los cultivos al terreno constituyen un elemento importante del paisaje del Valle. Mediante estos muros, construidos en seco, se retiene la tierra fértil, se evita la erosión, permitiendo el cultivo en zonas de pendiente donde, sin la ayuda de estos muros, el suelo fértil desaparecería por los efectos de la lluvia en pocos años.
FESTEJOS TRADICIONALES
. Es preciso destacar la secular permanencia de antiguas tradiciones que los modos de vida modernos no han logrado arrasar como desgraciadamente ha ocurrido en otras zonas de Extremadura. Por otro lado, la riqueza y, variedad de rituales festivos hace necesaria una sucinta descripción de las ceremonias más peculiares de estos, algunos en declive o prácticamente desaparecidos y otros aún presentes.
Correr los machos:
Ritual de las fiestas de quintos con indudable simbolismo de afirmación viril. Cada año la nueva quinta recorre las calles, tabernas y bares amascotados por un macho cabrío que entra donde entran los mozos, bebe lo que ellos beben y se mete con las mozas con la misma frescura que los quintos que lo llevan sujeto por una soga. Hombres y mujeres se afanan en el adorno del macho con cintas de colores, pañuelos de seda en cabeza, rabo y cencerros y campanillas en el cuello y al lomo. Los quintos de Cabezuela suelen ponerle una calabaza en la cornamenta y los tomavaqueños abundantes ramos de albahaca. Posteriormente los quintos se reúnen para tener la broma, es decir comerse a rancho el macho cabrío, guisado de diferentes modos. En Jerte no puede faltar el tradicional picadillo siempre muy picante.
Rondas:
Es otra costumbre de quintos que recorren los bandos del pueblo cantando ruidosamente a golpe de tamboril bebiendo vino y ponche con que obsequian a los vecinos. En las rondas, los quintos se adueñan de las calles, desafiando incluso a la autoridad como dicen sus cancioncillas.
Correr los gallos:
Rito festivo del Martes de Carnaval que consiste en colgar al animal de una soga atada de extremo a extremo de una calle o plazuela. Los participantes, a pie o a caballo enjaezado y cubierto de vistosa manta, tratan de decapitar al gallo. Por la noche se lo comerán en un festejo donde también se canta, se baila y se comen productos de repostería tradicional como floretas y turrillo.
Gitanería tornavaqueña:
consiste en un vistoso desfile por la calle Real de parejas a lomo de caballos primorosamente enjaezados y cubiertos de la vistosa manta «moruna». Las mujeres visten el traje tradicional de la comarca y los hombres chaleco y faja roja. Se celebra el Martes de Carnaval.
Alborás:
Jolgorio nocturno de los jóvenes que durante la madrugada canta por las calles y se acerca a las casas donde los vecinos les convidan. Las Alborás suelen celebrarse en las fiestas patronales o en la noche del Sábado al Domingo de Gloria. En Jerte se termina el Domingo de Pascua con una romería serrana donde se come el tradicional jornazo.
El Judas de Cabezuela:
Fiesta que comienza a primeras horas del Domingo de Gloria y que tiene indudable vinculación con el pasado judeoinquisitorial de la villa. La fiesta gira en tomo a un pelele confeccionado con un mono o ropa vieja, relleno de abundante paja y petardería. El muñeco atraviesa primero las fases de los Sambenitos al modo de los procesos de la Inquisición contra los acusados de herejía; es decir, con la sentencia por sus delitos escrita en la espalda, el judas recorre las calles montado en burro o tractor entre la algarabía del vecindario, que baila al son de la charanga y le lanzagritosacusadores. Finalmente el pepele, cual condenado por el Santo Oficio, terminará quemado en la hoguera la madrugada del domingo de Resurrección. Fiesta de la bendita Cruz :
Romería tornavaqueña celebrada el 3 de mayo en un alto cerro presidido por una enorme Cruz. Esta se adorna con ornamentos florales y piñas de cerezas tempraneras. La víspera, 2 de mayo, cada barriada ha celebrado las «hogueras», enormes fogatas en torno a las cuales cenan los vecinos en colectividad, festejando y reafirmando su sentimiento de pertenencia al barrio.
El Copus de Tornavacas:
Es el festejo eucarístico más esplendoroso de todos los de la comarca que suelen celebrarse con solemnes procesiones por las calles tapizadas de tomillo, mirra, juncias y flores.
Ofertorios de ramos:
base de ciertas festividades patronales en las que los vecinos en cumplimiento de una promesa religiosa, ofrendan ramos de especies arbóreas. Así el ramo ofertado en Jerte es de tejo engalanado con cintas y lo porta en la mano un devoto. El de Tornavacas es un descomunal ramo de acebo adornado con cintas, dulces y caramelos.
Chozos y rodeos:
Son términos asociados a las ferias ganaderas a las que cada vez concurre una cabaña menor, indicativa del lento abandono de la Ganadería en la comarca. Pervive no obstante la Feria de Cabezuela el 8 de septiembre celebrada en el santuario de Ntra. Sra. de Peñas Albas. Allí se instalan los típicos chozos donde se sirven calderetas, morcillas y peces del río. También hay rodeos en Jerte el 1 de septiembre, Feria de San Gil, en la que las cuadrillas de amigos se reúnen en los chozos a comerse los tradicionales picadillos de carne cruda de cabra, aliñada con abundante ajo, orégano y picante.
Los toros:
son un secular festejo de la zona como lo demuestran los cosos de Cabezuela y Tornavacas, construidos hace más de doscientos años. En Jerte se ha venido utilizando la plaza de la iglesia adaptada con maderas y tablaos. Las fiestas taurinas se han asociado siempre a las celebraciones religiosas tanto en sus modalidades de corridas serias, como con vaquillas, capeas o espectáculos comico~taurinos. Especialmente divertida es la vaquilla del aguardiente de Cabezuela, celebrada en las fiestas de Santiago, al amanecer y con gran afluencia de público.